Miriam Henríquez: “Votar implica revisar si el liderazgo ofrecido está dispuesto a gobernar para la democracia o sobre ella”

En vísperas de las elecciones presidenciales y parlamentarias del 16 de noviembre, la decana de la Facultad de Derecho UAH, Miriam Henríquez Viñas, advierte sobre los riesgos que enfrenta la democracia chilena ante la desafección ciudadana y el avance de discursos que, en nombre del orden o la eficiencia, podrían debilitar sus cimientos. En su columna publicada en la revista Mensaje, llama a ejercer un voto informado, consciente y comprometido con el Estado de Derecho y los valores democráticos.

Columna publicada en Revista Mensaje

Chile decide, viviendo entre el desencanto y la desafección. El 16 de noviembre se celebrarán en Chile las elecciones presidenciales y parlamentarias en un escenario de estabilidad institucional, aunque marcado por el descrédito de la política tradicional, la fragmentación partidaria, la centralidad de la seguridad pública en el debate y la frustración derivada de los procesos constituyentes fallidos.

La desafección hacia las instituciones es profunda y persistente. La encuesta CEP más reciente (n° 94/2025) da cuenta de que los partidos políticos se ubican en el último lugar del ranking de confianza, con solo un 3 % de respaldo ciudadano, seguidos por el Congreso (8 %) y los tribunales de justicia (14 %). Este descrédito no responde solo a la gestión coyuntural, sino a una crisis prolongada de representación y de eficacia institucional. Las élites políticas son percibidas como autorreferentes, pero sobre todo desconectadas de la realidad (Luna, 2024), y esa percepción deteriora la disposición ciudadana a involucrarse activamente en los asuntos públicos. Sin duda, esto incide en el voto, que más que una expresión política de convicción puede convertirse en una forma de castigo o de protesta.

El sistema de partidos refleja de modo paradigmático esta crisis. Fragmentado, tensionado por dinámicas de polarización y debilitado en su anclaje social, ha perdido capacidad para generar proyectos de largo plazo y para canalizar el conflicto social de manera institucional. En paralelo, los liderazgos se han vuelto crecientemente personalistas y la comunicación política se ha desplazado hacia las redes sociales, donde predomina el impacto emocional sobre el argumento racional. Esta personalización, sumada a la polarización afectiva de las élites, ha contribuido a debilitar los vínculos entre partidos y ciudadanía. Por otra parte, la amplificación mediática de esa polarización ha reducido los espacios de deliberación genuina. Así, la política se define cada vez menos por la búsqueda de acuerdos y más por la lógica de la confrontación.