El pasado 8 de marzo Irlanda vivió un histórico referéndum constitucional con polémicos resultados. Las y los irlandeses se pronunciaron sobre dos propuestas, que buscaban «actualizar» algunas partes de su Constitución que se mantienen desde 1937. La enmienda sobre la familia pretendía reconocer otras formas familiares, más allá del núcleo tradicional fundado en el matrimonio. La enmienda sobre las labores de cuidado pretendía eliminar dos disposiciones constitucionales: una que señalaba que “por su papel dentro del hogar, la mujer aporta al Estado un apoyo sin el cual no se puede lograr el bien común” y otra que mandata al Estado a garantizar que las mujeres no estén obligadas a tener un trabajo remunerado, descuidando “sus deberes en el hogar”. En su lugar, se buscaba establecer un nuevo artículo que reconociera el valor de las labores de cuidado para el bien común, estableciendo que el Estado “hará esfuerzos” por apoyarlas.
El contundente rechazo de 67% para la enmienda sobre familia y de un 74% para la enmienda sobre cuidado se podría analizar ligeramente e interpretarse como una confirmación de ideas conservadoras acerca del rol de la mujer y la familia en Irlanda. Sin embargo, es importante considerar que, desde temprano, diversas organizaciones de la sociedad civil advirtieron que la propuesta sobre cuidados era meramente simbólica, pues en la práctica no generaría cambios sustantivos en la situación de las personas. A pesar de las buenas intenciones, establecer un mandato estatal débil no hace más que profundizar la desprotección de quienes cuidan y de quienes requieren de cuidado.
Una de las lecciones que deja esta experiencia para nuestro país es que el reconocimiento del valor de las labores de cuidados debe ir acompañado de deberes estatales robustos, que permitan redistribuir más justamente sus cargas y costos entre todos los miembros de la sociedad. Reconocer exige no solo aplaudir a quienes cuidan, sino que principalmente sostener y compartir esta labor. Allí donde el Estado no llega son y han sido las mujeres quienes, incluso a costa de su propio bienestar, están y cuidan. Esto es verdad para Irlanda y también para Chile. Sin deberes estatales claros, las mujeres siguen siendo las cuidadoras por defecto.